Época: Hispania visigoda
Inicio: Año 409
Fin: Año 711

Antecedente:
Vida privada, vida pública y vida religiosa



Comentario

La cultura en la Antigüedad tardía hispana tiene el inevitable sello del cristianismo. Al hablar de los maestros hemos indicado que las escuelas laicas municipales terminaron por desaparecer, siendo sustituidas por las eclesiásticas.
Hay que suponer que una gran parte de la población sería analfabeta y otra no más instruida que lo que hoy se entiende por analfabetos funcionales; pero, a pesar de ello, y de las deficientes condiciones de vida antes descritas, el nivel cultural que se mantuvo fue aceptable y en esto encuentra su lógica explicación el llamado renacimiento cultural que hubo en esta época, especialmente desde mediados del siglo VI y durante el siglo VII. En este apartado trataremos, aunque sea brevemente, sobre los diferentes niveles culturales y formas y ámbitos de instrucción:

- Las escuelas eclesiásticas. Los alumnos acudían a las escuelas eclesiásticas que podían ser de varios tipos. En las ciudades, existían las escuelas episcopales, que se documentan por primera vez en el canon 1 del II Concilio de Toledo del año 527, cuando se dice:

"Resolvemos lo siguiente sobre aquellos a quienes la voluntad de sus padres desde los tiernos años de su infancia entrega al servicio de los clérigos: que, una vez tonsurados y confiados al ministerio de los elegidos sean educados en la casa de la iglesia, bajo la inspección del obispo, por una persona encargada especialmente de ellos".

En el IV Concilio de Toledo, ya en el año 633, estipulará nuevamente la obligatoriedad de los obispos de crear escuelas en las sedes episcopales y en él se establece la necesidad de que los obispos se hagan cargo de la formación de clérigos muchachos o adolescentes, que han de vivir en un mismo lugar para formarse en los saberes eclesiásticos, confiados a algún anciano probado y magistrum doctrinae. Una vida similar se daba en la escuela de Mérida en el siglo VI, allí vivían en la domus ecclesiae al lado de la basílica de Santa Eulalia.

Las escuelas parroquiales o presbiterales existirían en ámbitos rurales y la instrucción que impartirían sería la más elemental, suficiente para que los futuros clérigos pudieran cumplir con sus obligaciones. Las escuelas monásticas tuvieron una importancia y solidez decisiva. La inmensa mayoría de los obispos, especialmente los obispos escritores de los que hablaremos después, es decir, aquellos cuyo nivel cultural era superior, se formaron en escuelas monásticas; tal vez su nivel formativo fuese más alto en función de no estar sujetas a los cambios inherentes a las sucesiones en las sedes episcopales y a las dotaciones de bibliotecas que habrían ido enriqueciendo con el tiempo.

Otra cuestión es quiénes se educaban en estas escuelas y qué estudiaban. En principio, los jóvenes eran enviados a la escuela para seguir una instrucción con la finalidad de hacerse clérigos; pero esto no debía ser ni general ni sistemático; es decir, si sólo hubieran asistido aquellos cuyos padres pensasen en destinarlos a la vida eclesiástica, probablemente el número habría sido muy inferior. Con todo, a los dieciocho años podían seguir esta vía o no. La existencia de oficios cualificados y, especialmente, la abundancia de personas, siervos o no, trabajando en la administración, fisco y tesorería, y en la cancillería real, asegura una formación inicial y, probablemente además, una escuela próxima a la cancillería, en el Palatium, tal vez en el entorno del comes notariorum. Pero en este punto debemos volver a mencionar las pizarras, pues ciertamente no muy próximas a la urbs regia testimonian una serie de personas de entidad jurídica, no sólo jueces, sino testigos, escribas, notarios que, además, en ocasiones dejan su firma autógrafa en ellas y que son una muestra de la extensión cultural. Por otra parte es sabido que los niveles básicos de instrucción consistían en saber leer, escribir, contar y, lo que también era importante en la vida eclesiástica, cantar. Los salmos se convirtieron en el manual de texto para la enseñanza básica. Los jóvenes debían aprenderlos de memoria y recitarlos; en este sentido hay pizarras que los contienen y bien pueden ser ejercicios de escuela. Un nivel medio de enseñanza ya contemplaría el aprendizaje de la gramática -recuérdese el Ars grammatica, manual atribuido a Julián de Toledo-, y la lectura de textos sapienciales, doctrinales, como los citados salmos o los Disticha Catonis. El nivel superior ya entraría en la tradición romana de la enseñanza de la retórica y las artes liberales, pero ahora con la finalidad de la formación del cristiano, no del orador romano. Los autores ahora serán los modelos cristianos, cuyas obras serán tenidas por clásicas, aunque se utilizarán algunos autores paganos, como Virgilio. Es evidente que los autores de esta época adquirirán una formación mucho más densa y sólida tanto del mundo clásico como de la literatura cristiana.

- Las elites culturales. Sólo aquellos miembros de la aristocracia o propietarios hacendados tendrían oportunidad de adquirir los niveles superiores de la enseñanza. Conocemos tanto elementos de origen hispanorromano como visigodo que muestran una formación cultural relevante, según indicamos al hablar de la cultura latina como un factor diferenciador. Además de alcanzar estos niveles, hay que contar con la enseñanza personal y el aprendizaje individual. El aprecio por la cultura es algo que estas personas valoran y potencian, adquiriendo fondos literarios y formando bibliotecas. Si bien tenemos noticias de algunas de ellas, como la de Isidoro o la del comes Lorenzo, de cuya pérdida y dispersión da noticia Braulio de Zaragoza en una carta, es difícil saber qué tipo de obras se encontrarían en ellas; tema controvertido sobre el que no es posible detenerse ahora; pero sí hay un hecho claro, a través de las fuentes puede observarse el interés de los autores por la circulación de manuscritos, por su difusión y adquisición, como puede verse en el Epistolario del citado Braulio; por otra parte, desde las jerarquías eclesiásticas existe también una honda preocupación por la formación de los jóvenes. Datos éstos que pueden tenerse en cuenta a la hora de valorar el ambiente cultural de esta época de la Hispania de la Antigüedad tardía, junto con otros índices de penetración cultural, según expresión de Díaz y Díaz, como pueden ser las pizarras con su confirmación de la importancia del documento escrito en la tradición jurídica, los niveles de alfabetización en ámbitos rurales, el reflejo de la escuela; la existencia de muy diversos corresponsales en diferentes epistolarios, muchos de los cuales muestran intereses culturales, teológicos, etc., la presencia de inscripciones y concretamente tituli metrici. Y, por último, la existencia misma de escritores en esta época, así como del desarrollo y evolución de la liturgia hispánica, y un largo etcétera.

- Los escritores. Esta época dio autores importantes y trascendentales que configuraron la cultura y la literatura de la época. Pertenecían a la jerarquía eclesiástica, algunos de ellos con relevantes papeles en la política y en los concilios. Figuras de la talla de Martín de Braga, Leandro e Isidoro de Sevilla, Braulio de Zaragoza, Julián y Eugenio de Toledo, Fructuoso de Braga, Valerio del Bierzo, sin olvidarnos, claro está, de los autores de la primera época de penetración bárbara, como Hidacio y Orosio. Todos estos autores pertenecían al clero, fundamentalmente obispos o monjes, y sus obras se caracterizan por estar escritas bajo el prisma del cristianismo, incluso las de carácter histórico, a las que ya hicimos referencia al hablar al principio de las fuentes escritas de la época.

Pero muchas de las obras, en prosa o en verso, tienen un carácter dogmático y exegético o pastoral. Una obra, por ejemplo, como De correctione rusticorum de Martín de Braga es un claro ejemplo de intencionalidad pastoral, para tratar de eliminar de la Gallaecia las supercherías y tradiciones paganas que perviven en los ambientes rurales, como el culto a las aguas, a las ninfas, etc. El mismo autor que practica un sermo scholasticus recopila para los monjes las Sententiae patrum aegyptorum, con una clara intención didáctica. Comentarios exegéticos y explicaciones místicas se deben a autores como Apringio de Beja o Justo de Urgel; sobre normas de conducta en el seno de la vida religiosa dedicará Leandro de Sevilla a su hermana Florentina el De institutione virginum. Obras de carácter dogmático como la polémica de Julián de Toledo y otras muchas. La figura de Isidoro emerge como la más importante de esta época, sus múltiples escritos abarcan muy variados temas, siendo las Etimologías la obra más significativa por su contenido y el impacto posterior que tuvo; aunque algunas como las Sententiae o los Synonima son sobresalientes. El siglo VII ofrece un aspecto aún más interesante con la ampliación del cultivo de la literatura: surge el enero hagiográfico, según se citó en las fuentes, la poesía se incrementa con Eugenio de Toledo y los diferentes tituli metrici anónimos en muchos casos, y la historia alcanza un estilo más retórico y ligado a la tradición historiográfica clásica, en la Historia Wambue regis de Julián de Toledo superando los modelos escuetos de las Chronicae o Historiae de Hidacio, Juan de Bíclaro o Isidoro.